miércoles, 19 de noviembre de 2008

Tenía razón...

...A pesar de que sus instantes de lucidez no fueran de lo más abundantes, sí eran intensos y especialmente productivos. Aprovechaba la tregua que le ofrecía el desequilibrio para replantearse las bases de su triste existencia y la mayoría de las veces lograba avanzar. Tomaba decisiones importantes, intentaba corregir su rumbo y afrontaba sin temor las consecuencias de los acontecimientos. Expulsaba personajes de la farsa en la que se había convertido su vida sin piedad ni remordimiento alguno porque sabía que hacía lo correcto, porque creía a pies juntillas en la sabiduría del Refranero y más le valía sola que mal acompañada... Lo había comprobado con infinito dolor en demasiadas ocasiones como para permitirse el lujo de obviar una verdad como aquella. El entendimiento iba y venía sin orden ni concierto por lo que solía sorprenderla en mitad de la noche o en situaciones poco adecuadas para la reflexión. Había aprendido a no subestimar el poder de esas porciones de claridad y a recibirlas siempre con total entusiasmo; por otra parte, quería aprender a crearlos ella misma y no dudaba en arriesgar. ¿Qué más daba si más bajo ya no podía caer? A veces el alcohol ayudaba y otras veces sólo empeoraba su estado y provocaba su total desesperación. Vivía en un baile frenético de risas y llanto, euforia y desconsuelo, esperanza y abatimiento, fuerza y fragilidad. Ya sabía que cuanto más fuerte se mostraba en el auge de sus resurgimientos esporádicos, más débil se encontraba ante los días de depresión. Pero nunca estaba preparada. Mareada en su propio vaivén se decía: Es como un tiovivo maldito. Era una metáfora perfecta.

No hay comentarios: