domingo, 4 de enero de 2009

Quizás...


Cuando algo le preocupaba no podía dejar de darle una y mil vueltas, como si la vida se le fuera tras cada duda… en cierto modo, un pedacito de alegría se le escapaba con cada suspiro. ¡Qué suerte de ingenuidad! Le permitía recuperar la energía que iba perdiendo en penas y decepciones; porque ella sabía apreciar el amor que le salía al paso a veces, sólo a veces: el amor de aquel poema, la magia en todas las cosas, el valor en cada persona que se cruzaba en su camino. La sensibilidad era su gran amuleto, esa virtud excepcional que la había hecho brillar ante los demás, pero también era su perdición: un corazón tan delicado no tardaba en quebrarse bajo los golpes de la mentira y la traición. Después, el problema no era el rencor porque perdonaba sin reservas, pero no podía olvidar; la condición era aplicable a cualquier situación y ella hubiera dado todo lo que tenía por ver estropeada su prodigiosa memoria, la que tanto la hacía sufrir. Los recuerdos la asaltaban en cualquier momento y le cortaban la respiración; esbozaba inútilmente una tímida sonrisa y una lágrima resbalaba por su mejilla. Nunca había sido capaz de controlar sus emociones: los sentimientos manaban de cada poro y en sus ojos de niña se leía como en un libro abierto lo que la voluntad pretendía esconder. Era una batalla perdida. Trabajaba duro en ello para controlar tales explosiones de absoluta sinceridad porque pensaba que no las merecía realmente nadie, porque guardaba celosamente la ilusión de poderlas regalar algún día sin el miedo que ahora la limitaba… se sentía casi mutilada… ¡Cuántas veces se lo habría reprochado! ¡Cuánta rabia sentía de sí misma! Repetía: ¡Seré tonta!. Quizás sí, pero quizás no.

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